En los 70 ya la pregunta acerca de la comunicación era bastante compleja. En Chile, dos autores, Freire y Mattelart, dejaron ‘sin piso’ no solo a las nociones rudimentarias y tradicionales de comunicación que aprendíamos en las escuelas de periodismo, sino también a los programas gubernamentales y de ONGs que utilizaban la comunicación como extensión de la técnica y el conocimiento (en agricultura, salud, alfabetización, autoconstrucción, ‘desarrollo de la comunidad’).
Freire, lo hizo con su comunicación entendida como diálogo y la educación como una toma de conciencia de la realidad a través de la problematización del hombre en sus relaciones con el mundo y con los demás hombres. Por ejemplo, la extensión rural, por su carácter antidialógico, constituiría una invasión al espacio histórico-cultural de los individuos a los que se pretende educar.
- Mattelart desde el pensamiento crítico marxista, desnudaba a los funcionalistas norteamericanos y sus teorías de la comunicación. Los contenidos de los medios masivos estaban impregnados de ideología dominante; las televisiones educativas de América Central (donde participó el mismísimo Wilbur Schram) y otros experiencias difusionistas de utilización de medios en educación no podían escaparse de su sino ideológico.
- Ambos autores tuvieron una enorme influencia intelectual y también práctica; muchas cosas que hicimos o dejamos de hacer llevan su impronta. El movimiento de comunicación popular en América Latina, con todo su desarrollo y los aportes teóricos y prácticos de grandes nombres como María Cristina Mata, Mario Kaplún y Alfredo Paiva llevan inscrito en su ADN el espíritu freiriano, su concepción de comunicación como proceso de humanización y la educación como práctica de la libertad.
En la Región, el movimiento de denuncia de la hegemonía ideológica del norte sobre el sur, la globalización y el poder de las transnacionales de la comunicación como herramienta de dominación cultural y la lucha por un nuevo orden de la comunicación, tienen la huella de Mattelart.
La noción tradicional de comunicación como ‘agitación y propaganda’ que esgrimían los partidos de izquierda en los 70, nos parecía también paradójicamente ‘difusionista’ y no resistía análisis a la luz de ambos autores, que no solo pensaron y escribieron en Chile, sino que participaron activamente en iniciativas de comunicación. También nos hacían cuestionar nuestras propias prácticas de comunicación popular y para el desarrollo.
Las décadas siguientes fueron fructíferas en avances en los estudios y el cambio de paradigmas de la comunicación. Con humildad, aprendimos de grandes nombres como Renato Ortiz, Néstor García Canclini, Rosa María Alfaro, Muniz Sodré y del mayor de todos, Jesús Martín Barbero. Volvimos la mirada a las culturas, a sus diversidades y mestizajes; a sus relaciones con la influencia de los medios, a los sujetos y a los grupos. Fueron décadas en que creamos instituciones en la sociedad civil, escribimos, investigamos, pero mayormente tuvimos una intensa práctica comunicacional en el mundo popular.
Desde el punto de vista de la comunicación educativa, es imposible no reconocer la contribución de ALER, CIESPAL y Radio Netherland en la reflexión y capacitación de muchos comunicadores latinoamericanos en estrategias educativas y participativas.
El boliviano Luis Ramiro Beltrán dice que la comunicación para el desarrollo es ‘en esencia, la noción que los medios masivos tienen la capacidad de crear una atmósfera pública favorable al cambio, la que se considera indispensable para la modernización de sociedades tradicionales por medio del progreso tecnológico y el crecimiento económico’.
Hace un matiz, cuando la diferencia de la ‘comunicación de apoyo al desarrollo’, a la que considera una actividad planificada y organizada –sea o no masiva – como un instrumento clave para el logro de las metas prácticas de instituciones y proyectos específicos de instituciones que propician el desarrollo.
Define una tercera categoría, como ‘comunicación alternativa para el desarrollo democrático’, que entiende como expandir y equilibrar el acceso de la participación de la gente en el proceso de comunicación tanto a niveles masivos como a los de base. Agrega que el desarrollo debe asegurar además de beneficios materiales, ‘la justicia social, la libertad para todos y el gobierno de la mayoría’.
En otro artículo, profundiza el análisis de aquellas décadas y engloba bajo ese mismo ‘paraguas’ conceptual a la comunicación popular, alternativa, la horizontal y al Nuevo Orden Informativo Internacional. Es decir, a la gran mayoría de las prácticas comunicativas de los sectores progresistas en los 80 y los 90. En el caso chileno, sería poner en un mismo paquete experiencias tan diversas como los boletines populares poblacionales agrupados por la Red de Prensa Popular,; a las revistas de oposición a la dictadura, como Apsi o Análisis, a las radios educativas de la Iglesia Católica y a los trabajos de ILET y CENECA.
A mediado de los 90, Rosa María Alfaro publicó en Lima, para celebrar los 10 años de la Asociación de Comunicadores Sociales Calandria, un libro que despeja dudas y desarma estereotipos, abre nuevos horizontes a la comunicación para el desarrollo y valora el aporte que pueden hacer los medios masivos. ‘Una comunicación para otro desarrollo’ conceptualiza la comunicación como relación, reconoce el valor educativo de la información para la vida de los sectores populares (lo que en las investigaciones de CENECA en Chile simultáneamente estábamos constando) y más aún, al reflexionar sobre el rol de la comunicación en el diálogo y articulación de actores en una sociedad compleja y diversa como la peruana, le atribuye gran importancia a la educación desde los medios masivos, señalando que es necesario intervenir en los éstos en una línea de desarrollo desde una perspectiva comunicativa.
Alfaro afirma que hay que relacionarse con la opinión pública que se forma como corriente de consenso y que la valoración que otorgan los medios a aquello que hacen público es un objetivo fundamental del desarrollo: ‘valoración de la propia palabra, especialmente de los sectores oprimidos, populares, mujeres, jóvenes , etnias y minorías’.
La comunicación para el desarrollo vendría siendo un aporte al ejercicio de fortalecimiento de la ciudadanía de los sujetos y grupos y una educación para la democracia, esa asignatura tan pendiente en la mayoría de los países de América Latina. Saber escuchar para poder hablar a otros; la tolerancia en la pluralidad; agudizar la capacidad de comprender a quienes son diferentes escuchando sus mensajes porque nos competen y pueden aportarnos a la vida y al desarrollo; expresar opinión desde los problemas vividos, testimonios de los actores de los procesos sociales. Son los aprendizajes que podemos realizar en la relación entre medios, mensajes y públicos.
Desde otro punto de vista, también en los 90, Valerio Fuenzalida, al preguntarse sobre la validez en la Región de las TV educativas o culturales en sentido restricto, y a partir del estudio de los significados educativos que construyen los receptores de los mensajes televisivos que no tienen la intención de educar (‘aprendo aunque no enseñe’), propone otro tipo de comunicación para el desarrollo, más ligada a la mejoría de la calidad de vida de las grandes mayorías que a la educación más estructurada. Y propone la utilización de géneros masivos y populares, como los magazines y las telenovelas. La piedra angular del modelo es poder crear los mecanismos de interacción entre las TV públicas y las necesidades educativas en sentido amplio de las audiencias.
Estos dos autores demuestran que en los 90 se abrieron nuevos y diferentes horizontes, a la práctica comunicativa con objetivos educativos, que no buscan complementar la educación escolar y que parten de las propias necesidades y sentidos que construye la gente en torno a los mensajes de los medios masivos. Aportes al fortalecimiento de la ciudadanía y a la mejoría de la calidad de vida de las grandes mayorías son demandas que explican por qué en el siglo XXI, y en plena Sociedad de la Información, aún luchamos por democratizar los sistemas de medios en América Latina, que entendemos como ‘plazas públicas’ donde se construyen opiniones y consensos que nos permitan avanzar y de los cuales esperamos aportes de servicio público. Sin desmerecer la contribución que puedan hacer las nuevas tecnologías, lo cual es motivo de otra discusión.