martes, 18 de diciembre de 2012

¿Qué desarrollo?

En octubre de 1970, poco después de la elección de Salvador Allende como Presidente de Chile, aterricé por primera vez en Paris, invitada a participar en un coloquio del gobierno francés sobre ‘Utilización de medios de comunicación en operaciones de desarrollo.’ Título por si mismo sugerente: la comunicación concebida como ‘medios’ y el desarrollo como ‘operaciones’, es decir, programas o proyectos ‘desde afuera’. El primer día del encuentro entre los invitados ya fuimos formulando la pregunta inevitable : ‘¿de qué desarrollo nos están hablando?’
Incómoda pregunta para franceses que trabajaban como cooperantes agrícolas en ex colonias francófonas, como Senegal o Costa de Marfil, o en proyectos de modernización rural en regiones pobres de su país. Para franceses que, a dos años de haber estar a punto de descubrir ‘arena de playa bajo los adoquines de Paris’ y en momentos en que los líderes de mayo 68 aún eran juzgados, se movían con discreta cautela. Lo mismo ocurría con los participantes brasileros, cuyo país padecía una férrea dictadura.
Para mi, chilena de la Unidad Popular, la pregunta sobre el modelo de desarrollo tenía una y simple respuesta: cambio total de estructura, revolución. Con los años, el derrumbe de los regímenes socialistas, la transformación del mundo en aldea interconectada y unipolar, la emergencia de nuevos conflictos y reivindicaciones como los ambientales y de género, la instalación del neoliberalismo y la pauperización creciente de las grandes mayorías urbanas en la Región, pero sobre todo, la dolorosa experiencia del golpe militar, la dictadura de Pinochet y la compleja transición a la democracia, me han hecho, como a muchos y muchas, aprender a complejizar las preguntas y sus hipotéticas respuestas.
A percibir los matices, a valorar experiencias que no se pretenden totalizantes y a reconocer los aportes de grupos y sujetos, en el pensar y en el hacer. Sobre todo, a no dar ‘recetas’. Pero en ese momento, todo lo que pareciera ‘reformista’, me parecía irrelevante: nosotros estábamos cambiando el mundo y la historia.
Para cerrar la historia de París, en el coloquio, los latinoamericanos vimos y mostramos largas horas de films educativos y ‘diaporamas’, tan en boga en esa época; oímos decenas de programas de radio; visitamos programas de comunicación rural y casas de la cultura en barrios periféricos.
En esas experiencias había riqueza y algunas tendencias comunes, como la valoración de la modernidad como modo de vida deseable que se percibía en los mensajes, la intención de traspasar conocimientos prácticos o teóricos útiles a la gente y el entusiasmo por experimentar con las más nuevas tecnologías. En algunas, había también un respeto por las culturas de los destinatarios, una búsqueda creativa de lenguajes adecuados a las distintas realidades y el genuino propósito de estimular la participación de la gente en la comunicación y en la comunidad , sobre todo en los programas de radio.
Al no discutir temas de fondo, no se relevaron dos elementos en común de las experiencias de entonces. Por una parte, la ingenua convicción de los emisores que sus destinatarios eran ‘audiencia cautiva’; es decir, que recibían solo comunicación pro desarrollo sin ninguna referencia temática ni estética al sistema de medios predominante en cada país. Por otra, se trataban de mensajes ‘graves’, es decir, en general carecían de recursos de entretención.
Cambio en el contexto
Mirando en retrospectiva, no cabe duda que el escenario de este tipo de comunicación en América Latina ha cambiado dramáticamente en las últimas décadas. También los paradigmas con los que ésta se conceptualiza, las tecnologías utilizadas y también los lenguajes.
Tomando el ejemplo de mi país, ‘la gente’, los marginados, los desposeídos, a quienes la comunicación pretendía contribuir a ‘desarrollar’, han cambiado sus condiciones de vida. La población rural se ha reducido de un 20 a un 13,4 % en diez años. El analfabetismo, aunque en teoría, prácticamente no existe; la educación obligatoria, ha crecido a 12 años como mínimo garantizado por ley. El promedio de escolaridad de cada chileno es de 9.2 años. El problema actual no es de acceso sino de calidad.
La TV cubre el 100 % del territorio nacional y para 15 millones de habitantes, hay 11 millones 400 mil celulares 7 3 millones de conexiones a internet. Los pobres viven en la periferia de las grandes ciudades y siguen siendo marginados, pero son pobres con TV y celular, por tanto, con acceso a la información. Han surgido nuevos problemas, como la contaminación ambiental, la violencia intrafamiliar, el SIDA, el consumo de drogas y la delincuencia. Y la ‘escandalosa’ brecha entre ricos y pobres, según declaración textual de los obispos de la Iglesia Católica, y el déficit de ciudadanía, siguen siendo dos graves carencias.
Sin querer ser pretenciosa, me pregunto ¿qué de toda aquella comunicación con vocación educativa es rescatable? ¿Hay un futuro para la comunicación para el desarrollo en América Latina?

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